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lunes, 22 de agosto de 2011

Reflexiones


El conocimiento de Dios es la claridad que llega después de la noche. Un ciego de nacimiento no sabe lo que le falta. Nunca ha visto la luz. Tal es el hombre que vive sin Dios; ignora el horizonte del cual se priva. 

Con nuestro deseo de obtener cada vez más, a menudo nos perdemos lo mejor. ¡Cuánto más cumplas la voluntad de Dios, tanto más sabrás discernirla! 
La Escritura habla poco del cielo. Lo que nos dice de él es que estaremos allí donde Jesús está. El Señor quiere tener a los suyos con él; esto le basta a alguien que lo ama. Cristo está allí; su presencia define el lugar; satisface todas las necesidades. 

Las epístolas fueron escritas en un período muy turbulento de la historia del mundo. Sin embargo ninguna de ellas, sean de Pablo, de Pedro o de Juan, hace la menor alusión a los acontecimientos políticos que se desarrollaban en el mundo en ese tiempo. Es una prueba más de que la Iglesia es extranjera en la tierra. Su vocación es celestial. 
Dios no es una garantía contra las tempestades de la vida, sino una perfecta garantía en medio de las tempestades de la vida. 

Yo me alegraré en el Señor, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Habacuc 3:18-19.

Si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Juan 14:3.

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