Los creyentes son, por un lado, piedras vivas que forman conjuntamente la casa espiritual de Dios, un templo en donde él quiere morar. Por otro lado, son un sacerdocio santo que debe ofrecer sacrificios espirituales.
En el Antiguo Testamento se observa que muchas personas ofrecieron a Dios sangrientos sacrificios de animales. Éstos hablan simbólicamente del Señor Jesús y de su obra expiatoria en la cruz. Cristo fue la víctima exigida por Dios, la única que satisfizo todas sus exigencias y fue aceptada. Ofrecer a Dios un sacrificio espiritual es, pues, hablarle del Señor Jesús.
Mediante los sacrificios, los creyentes del Antiguo Testamento querían expresar a Dios su agradecimiento, aprecio y adoración. Nosotros también podemos hacerlo. Nuestro Dios y Padre nos dice: Tráiganme todo lo que habla de mi Hijo, él es precioso para mi corazón. Si quieren darme algo en agradecimiento porque aprendieron a conocerme como el gran Dios Creador y Salvador, entonces ofrézcanme algo relacionado con mi Hijo.
¿Dónde hallamos lo que nos habla del Señor Jesús? No en nuestros propios pensamientos o ideas, sino en las Sagradas Escrituras. La Palabra de Dios es la revelación del Señor Jesús. Muchas páginas nos hablan de él, aunque en el Antiguo Testamento se nos lo presenta mayormente en forma figurada. Podemos llevar a Dios lo que hemos descubierto de esta Persona en la Biblia. Esto es adoración.
Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. 1 Pedro 2:05.
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