La fe es individual. Alguien puede haber tenido muchos privilegios, haber sido criado en un país, en un medio o en una familia en que pudo beneficiarse de una enseñanza y ejemplo que le permitieron conocer la verdad divina. Pero no puede creer con la fe de los demás; debe creer por sí mismo. En el tiempo del Antiguo Testamento, cuando Israel era el pueblo reconocido por Dios, ciertamente tenía grandes privilegios nacionales, pero en medio de este pueblo unos creían y otros no; unos eran piadosos, otros no.
Hoy uno puede tener padres cristianos, mas a los ojos de Dios no por eso es cristiano. Es un error fatal y una perniciosa ilusión considerar como “hijos de Dios” a todos los que exteriormente forman parte de la cristiandad, incluso habiendo sido bautizados. La Palabra dice que a quienes recibieron a Cristo, y sólo a ellos, “les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
Llega un momento en que hay que decir: “Mas yo…”. Sean lo que sean aquellos que me rodean, indiferentes, opositores o creyentes, tengo que colocarme ante Dios, recibir su mensaje y creer personalmente. Luego, cualquiera sea el estado de la sociedad en que vivimos, debemos vivir con esa fe individual. Si esa fe es compartida, es una fuente de gran aliento.
La fe de nuestros padres y de nuestros amigos no puede reemplazar a la nuestra. “Cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:12). Y el Señor dice a cada uno: “Sígueme tú”.
Mas yo al Señor miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá. Miqueas 7:07.
No hay comentarios:
Publicar un comentario