“¿Dónde estás tú?” “¿Qué es lo que has hecho?”, dijo Dios a Adán luego de que éste desobedeciera (Génesis 3:9, 13). La respuesta es típica de una mala conciencia: “Tuve miedo... y me escondí”, porque había pecado contra Dios. “¿De dónde vienes tú, y a dónde vas?”, preguntó Dios a Agar, quien huía de delante de Sarai, su ama (Génesis 16:8). Como esta joven mujer, toda persona alejada de Dios está en una situación desesperada, y Dios lo sabe.
“¿Quién decís que soy yo? ”, preguntó Jesús. Pedro, uno de los discípulos, respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:15-16). De nuestra respuesta y estima por Jesucristo dependerá nuestra vida terrenal y nuestro destino eterno. Si pensamos que él es sólo un profeta más, entonces, ¿por qué escogerle y escucharle más que a otro maestro del pensamiento? Pero si él es realmente el Hijo de Dios –y la Biblia así lo afirma– entonces la alternativa es simple: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
Dios nos interpela a cada uno de diferente manera. Conoce exactamente nuestra situación, y sus preguntas tienen como meta hacernos reflexionar y aceptar su luz en nuestro corazón y en nuestra vida. “En una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende”, o no hace caso (Job 33:14). Estemos, pues, atentos a sus preguntas, no las esquivemos.
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