«Descubrí que toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa: no saber mantenerse quietos en una habitación».
Lo que Pascal decía en pleno siglo diecisiete sigue siendo de palpitante actualidad. El hombre dejado en el silencio de su casa, sin distracción ni diversión, se aburre, se asusta. De repente, ve la miseria de su condición, el mal que le puede ocurrir, las amenazas de la enfermedad y de la muerte, el inmenso y doloroso vacío de su corazón presa de angustia.
Hoy día no es necesario dejar su habitación para divertirse; a través de la televisión el mundo entero irrumpe en ella con su música, su bullicio, su violencia y su inmoralidad. Pero, esa violación de domicilio, ¿le quita a uno el temor a la soledad?
El remedio consistiría en dejar que en nosotros more la paz de Jesús que produce una tranquilidad de espíritu real, completa y dueña de sí misma. Así, el gozo y el reposo emanarían naturalmente de ella.
Ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz... Vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre Efesios 2:13-14, 17-18.
Él está a la puerta y llama. Llenará la soledad de aquel que quiera abrirle la puerta. He aquí yo estoy con vosotros todos los días", prometió el Señor Jesús Mateo 28:20.
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Apocalipsis 3:20.
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