Juan Crisóstomo, elocuente predicador del siglo IV, se expresaba así: "No pienso en Jesucristo sólo como Dios, ni sólo como hombre, sino como el uno y el otro a la vez. Sé que tuvo hambre, pero también sé que con cinco panes alimentó a cinco mil hombres. Sé que tuvo sed, pero que cambió agua en vino. Sé que fue transportado por una barca, pero también que anduvo sobre el mar. Sé que murió, pero también que resucitó de entre los muertos. Sé que compareció atado ante Caifás, Herodes y Pilato, pero también que ahora está sentado con el Padre en su trono. Sé que aquel a quien adoran los ángeles es el mismo que fue entregado a la crueldad de los soldados romanos y al furor homicida de una despiadada multitud.
Estos hechos contradictorios que le atañen los atribuyo, unos a su naturaleza humana y otros a su divinidad. Dios y hombre a la vez es el inescrutable misterio de la persona de Jesús".
Indiscutiblemente, grande es el ministerio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria 1 Timoteo 3:16.
Este es el verdadero Dios, y la vida eterna 1 Juan 5:20.