A principios del siglo 19 mucha gente pensaba que los hotentotes, pueblo nómada de África del sudoeste, específicamente de Botswana y Namibia estaban tan atrasados que nunca se les podría enseñar los elementos del cristianismo. Pero gracias al trabajo de algunos misioneros, muchos aprendieron a leer, y sus hijos crecieron bajo la influencia de la Biblia.
Muchos años después, dos misioneros visitaron a un jefe hotentote ciego, de unos 90 años. Estaba sentado en el suelo de su choza, y cuando supo quiénes eran, tomó sus manos entre las suyas y dio gracias a Dios por su visita. «Dentro de poco formaré parte de este polvo, dijo tomando un poco en su mano, pero veré a Dios. Estoy ciego, nunca más volveré a ver la luz del día, pero veré a Jesús a la diestra de Dios, preparado para recibir mi alma».
Lo que dijo el jefe de la tribu forma un extraño contraste con las reflexiones melancólicas del emperador romano Trajano (53-117 d. C.), poco antes de su muerte: «Esta cabeza no llevará nunca más la corona, estos oídos nunca más quedarán encantados por la música, ni estos ojos por los más bellos espectáculos; y mi alma… alma mía, ¿Qué será de ti?».
De este modo se confirma esta frase del Señor Jesús: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mateo 11:25).
Muchos años después, dos misioneros visitaron a un jefe hotentote ciego, de unos 90 años. Estaba sentado en el suelo de su choza, y cuando supo quiénes eran, tomó sus manos entre las suyas y dio gracias a Dios por su visita. «Dentro de poco formaré parte de este polvo, dijo tomando un poco en su mano, pero veré a Dios. Estoy ciego, nunca más volveré a ver la luz del día, pero veré a Jesús a la diestra de Dios, preparado para recibir mi alma».
Lo que dijo el jefe de la tribu forma un extraño contraste con las reflexiones melancólicas del emperador romano Trajano (53-117 d. C.), poco antes de su muerte: «Esta cabeza no llevará nunca más la corona, estos oídos nunca más quedarán encantados por la música, ni estos ojos por los más bellos espectáculos; y mi alma… alma mía, ¿Qué será de ti?».
De este modo se confirma esta frase del Señor Jesús: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mateo 11:25).
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